Nueva York. Madison Square Garden. 16 de junio de 1983. Las gradas están a rebosar, expectantes por la disputa del mundial de peso superwelter entre Davey Moore y Roberto Duran. Previamente debe disputarse otro combate que también ha levantado mucha atención: el que va a enfrentar a la joven promesa local Billy Collins Jr. con el puertorriqueño Luis Resto, en peso welter.
Billy Collins Jr., nacido en Tennessee pero de incofundible origen irlandés, era la gran promesa del boxeo estadounidense. De apenas 21 años, llegaba a la cita con 14 victorias en 14 combates, 11 de ellas por KO. Su padre, Billy Collins, había sido un exitoso púgil en los años 50 y 60. Él mismo se había encargado de encauzar la carrera de su hijo, que desde sus inicios apuntaba muy alto.
Con un estilo agresivo, en el que priorizaba claramente el ataque sobre la defensa, y una gran agilidad de pies, aquella noche, con la televisión retransmitiendo en directo para todo el país, se presentaba como un magnífico escaparate para él. Era el lugar ideal para pasar de ser una promesa a ser una realidad. Para confirmar todos los pronósticos que le apuntaban como uno de los mejores boxeadores de los años que estaban por venir.
El rival que le habían elegido para la cita era Luis Resto. De origen puertorriqueño, se había criado en el Bronx, con todo lo que eso implica. No en vano, con 14 años ya recibió su primera condena, debiendo pasar seis meses en un centro de rehabilitación para personas con problemas psíquicos. Había tenido una carrera irregular como boxeador, con 20 victorias –aunque ninguna de ellas ante rivales de entidad-, y 8 derrotas.
A las 8 de la tarde ambos se subían al ring. Ninguno de los dos lo volvería a hacer.
Sorpresa puertorriqueña
La pelea arrancó muy igualada, pero poco a poco Luis Resto se fue haciendo con el control. Sus golpes iban dejando de cada vez más aturdido a Collins Jr., que resistía, incrédulo, como podía. A partir del quinto round el dominio del puertorriqueño se hacía más evidente, hasta que en un momento dado Collins Jr. se dirige a su padre y entrenador. "Es mucho más fuerte de lo que pensaba…mucho más. No pensaba que pegara tan fuerte". "¿Quieres que detenga el combate?", preguntó su padre, a lo que el joven púgil respondió "no, voy a noquearlo", en una conversación captada por las cámaras de televisión.
Pero nada más lejos de la realidad. Resto de cada vez golpeaba más fuerte, y el rostro de Collins Jr. se iba convirtiendo en una imagen desoladora. Aun así, resistió hasta el final, con lo que el resultado final se tuvo que decidir a los puntos. Hubo unanimidad: victoria para Resto.
El puertorriqueño se retiró brazos en alto hacia su esquina, mientras Collins hacía lo propio cabizbajo. No podía entender esa derrota, pero su cara era evidente. Era un espanto. Resto, consciente de ello, se acercó a su rival derrotado, le abrazó, incluso le besó, y después saludó al entrenador. Fue entonces cuando todo cambió.
El truco más sucio
Al finaizar la pelea resto saludo al collins padre y al apretarse las manos, Collins padre notó algo extraño en los guantes del puertorriqueño. Se quedó sujetándole de las manos, tratando de descubrir qué era aquello raro que había sentido. Resto quería huir, pero no podía, hasta que se acercó su entrenador para llevárselo de ahí.
Los Collins reclamaron, y tras analizarse los guantes se descubrió que se había sustituido la espuma del interior por una especie de mortero. Con razón el rostro de Collins Jr. estaba desfigurado. Cada golpe le había llegado con esa especie de masa en los guantes de Resto, quien reconoció que era incapaz incluso de sentir los dedos durante el combate.
Dos semanas después la Federación anunciaba el resultado de las indagaciones: Luis Resto sería inhabilitado de la práctica del boxeo de por vida. La familia de Collins llevó el asunto a la justicio, quien condenó a tres años de cárcel al púgil y su entrenador por "agresión, ataque con arma (la que llevaba en sus manos) y conspiración".
Pero la peor parte se la llevó Collins Jr. En el hospital le detectaron una lesión en la retina del ojo derecho, y graves daños en el izquierdo. Se teme, incluso, por una pérdida de visión total. Con el paso del tiempo el daño sigue siendo grave, pero no tan catastrófico como parecía al inicio. Pero de boxeo no se podrá volver a hablar en casa de los Collins. Con las secuelas de los golpes sufridos, nunca más podrá volver a combatir.
Desde aquel 16 de junio Billy Collins Jr. no volverá a ser el mismo. Así lo relata su mujer. El final prematuro de su prometedora carrera le hace caer en una depresión, se engancha al alcohol… y nueve meses después fallece en un accidente de tráfico. Muchos creen que se suicidó estrellando su Oldsmobile del 72. Entre ellos, su padre: "No importa lo que digan, no fue un accidente. Él se quitó la vida porque ya le habían matado".